TEMAS DE OPINIÓN

Incapacidad Para Reconocer Fallas

Octubre 6, 2015


En nuestra vida cotidiana, cometemos muchos errores, los cuales quizás no se conviertan en tremendas invenciones o patentes, pero si estamos seguros que traen consigo muy buenas enseñanzas y que son parte vital del aprendizaje en la escuela de la vida, la cual es el mejor centro de entrenamiento a nuestro alcance.

Un obstáculo enorme para recibir la enseñanza a través de cada falla, es que al hombre en su naturaleza carnal, no le gusta reconocer que puede equivocarse o que en determinado momento no tenía la razón.

Una de las pruebas de humillación más grandes que el hombre necesita pasar es la de reconocer que estábamos errados; y luego estar dispuestos a rectificar. Mientras no tengamos la convicción de error en cada situación, seguiremos cometiendo el mismo error consecutivamente, aunque bajo diferente apariencia o matiz, una y otra vez, una y otra vez... hasta que sea quebrantada el alma del hombre natural, y estemos dispuestos a rectificar, reconocer el error y recibir la enseñanza que de ello pueda obtenerse.

Una forma de darnos cuenta que un hombre es humilde, es cuando este acepta que estuvo equivocado. A la vez, la más grande prueba de soberbia y altivez humana, es evidente cuando un varón o una mujer, cree que siempre ha hecho lo correcto, lo justo; que los demás han estado equivocados en sus apreciaciones, o no les comprendieron, pero que ellos siempre hicieron lo mejor.

Esta incapacidad para reconocer fallas o errores y la falta de docilidad para recibir o aceptar recomendaciones y aún críticas de los demás, no es sino falta de amor (y de humildad) y presencia de un yo que se sienta en el trono del corazón.

Cuando alguien viene a decirnos que tal o cual cosa debería de haberse realizado de otra forma, que cierto asunto está mal hecho, y demás; inmediatamente salta el yo herido, el orgullo mancillado y trata de justificarse, explicando que está así porque... o buscando alguien más a quien culpar. Muy raras veces nos encontramos con personas dispuestas a aceptar que hicieron mal, pidan disculpas y que estén en condición de enmendar o corregir el asunto.

Eso que salta en nosotros es el viejo hombre, el Adán u hombre de pecado que vive en nosotros. Pero vino Jesucristo para redimirnos de todo eso; Él fue acusado injustamente, Él fue escupido, insultado, le despojaron de Sus vestiduras y le dieron 39 latigazos, fue clavado a un madero y luego colgado; y sin embargo no se justificó, no se defendió, sabiendo que no era culpable y aun cuando los cargos que se le hacían no tenían razón ni fundamento.

Ese mismo Jesucristo está disponible para nosotros a través de Su Espíritu Santo, para que le recibamos en nuestro espíritu y algo empiece a ser cambiado en nuestro interior; que predomine la naturaleza de Aquél que nunca se defendió, y no la de aquél que se justificó diciendo: yo no fui, fue la mujer quien me dio a comer del fruto... y luego la mujer, en la misma naturaleza pecaminosa dice: yo no fui, fue culpa de la serpiente que me tentó.

Sé que lo que acá leemos no se trata de un caso aislado, si usted es sincero con usted mismo, se dará cuenta que adolece de esta condición; reconocerá que usted necesita de Aquél que es manso y humilde de corazón, para que venga a transformar su interior, a disipar lo negro que hay en usted y poner luz en su lugar; para que anule toda muerte y traiga consigo vida, porque Él es la VIDA. Para usted Hay Una Esperanza.

Ver Todos los Artículos