Febrero 23, 2016
Conocí una vez a una mujer con profunda tristeza y culpabilidad en su corazón; la causa predominante era que un día, ella y su esposo habían discutido, razón por la cual, esa mañana él se fue rumbo a sus labores sin despedirse. Ella pensó que durante el día se les pasaría el malestar y luego hablarían por la noche. Lamentablemente, nunca hubo oportunidad de reconciliarse, ya que él pereció en un accidente al dirigirse a su trabajo. Aquella mujer no podía perdonarse a sí misma; y por supuesto, aunque buscaba desesperadamente a su esposo para pedirle perdón, él ya no estaba.
Más de una vez he presenciado varones y mujeres desgarrarse de dolor ante el féretro de sus seres queridos, gritando: Perdóname, perdóname. Si volvieras a vivir yo haría esto o lo otro, y dejaría de hacer por acá y por allá.
En relación a esto leí una vez un escrito que se titulaba: "En vida, hermano, en vida", el cual trataba sobre la importancia de manifestar nuestro amor cuando la persona amada aún está a nuestro lado.
Muchas veces reprimimos nuestras manifestaciones de amor, otras muchas somos incapaces de decir, por lo menos "Lo siento", y mucho menos "Perdóname, trataré de que no se repita". Un día, cuando ya aquella persona no está para escucharnos, quisiéramos gritar de desesperación e impotencia; por el dolor profundo de haber hecho daño, más aun de no haberlo reparado, y de no poder ya buscar ni encontrar la paz.
Deseo aconsejarle querido lector, que viva este y cada día, como si fuera el último de su vida, que exprese a las personas a su alrededor, cuánto amor pueda fluir de su corazón; que perdone en abundancia y pida perdón sin cesar por cada falta, mañana pudiera ser muy tarde, o pudiera no llegar para usted.
Mi querido lector, si es usted de los que tiene dificultad para expresar ese amor y para pedir perdón; si su corazón está endurecido, pero reconoce que necesita ayuda, ¡Hay Una Esperanza! Créame que el Espíritu Santo en usted es capaz de cambiar toda dureza y derribar toda fortaleza ¡Pídaselo hoy!
