TEMAS DE OPINIÓN

La Salud de los Hijos

Marzo 16, 2017


Hace más de un año, nació uno de mis mi nietecitos en el norte de Honduras; todos estábamos anhelando su llegada, sabiendo que venía con una gracia especial de Dios para manifestarla en esta tierra.

Llegó el día estipulado para su arribo, mi nuera estaba muy tranquila y mi hijo muy confiado, mientras la ingresaban a ella al quirófano para realizar la cesárea programada. Contábamos las horas para ir a conocerlo. Mi otra nietecita, o sea la hermanita mayor de este bebito, estaba jugando con sus primitos, mientras llegaba el momento de llevarla al hospital para que conociera así a su hermanito. Todos los detalles estaban listos y dispuestos, el cuarto arreglado con esmero, las mantitas para recibirlo, la almohada para que reposara al ser amamantado, en fin, no faltaba nada.

Al llegar el instante en que Abel Paolo vino a este mundo, la enfermera lo mostró a su papá quien pudo tomarle una fotografía rápida para enviarla a la familia; por fin pudimos conocerlo por fotografía, mientras ya íbamos de camino hacia el hospital. Sin embargo, regresamos a casa para llevar de una vez a su hermanita. Cuando nos dirigíamos de nuevo al hospital, recibí el mensaje de mi hijo, diciendo que los pulmoncitos del bebé estaban congestionados, por lo que deberían llevarlo a cuidados intensivos, recibir tratamiento especial y por ende, no podríamos verlo, hasta no sé cuándo.

Aunque todos estábamos muy confiados en que Dios iba a sacarlo de ese cuadro, no era nada fácil, sobre todo para sus padres, esperar con paciencia la respuesta del organismo de su hijito al tratamiento que le estaban aplicando. Lo veíamos en fotografías solamente, lleno de mangueras y agujas. Llegó el momento en que su mamá fue dada de alta, pero él permanecía ingresado. Uno de los días, cuando ya Abel podía recibir la leche de su mamá, presentó una alteración; al practicarle un frotis sanguíneo, se descubrió que se le elevaron los eosinófilos, señal de una reacción alérgica, cuyo origen no pudo detectarse con certeza en ese momento. Se especuló que podría deberse a intolerancia a los lácteos que la mamá había ingerido antes de amamantarlo. Finalmente, después de nueve días, Abel fue dado de alta para llegar a su casita, la cual estaba preparada para su llegada.

Cuando Abel tenía unos tres meses de edad, presentó un cuadro viral que afectó sus funciones motoras en un lado de su cuerpo; se cree que se trató de una meningitis. Los efectos fueron vistos aún en uno de sus ojos, lo cual requirió que con mucho sacrificio, sus padres lo llevaran a una clínica especializada en los Estados Unidos, para descartar posibles diagnósticos. Todo esto provocó movimientos, gastos, mucha oración; además de los sufrimientos para el pequeño por tanto análisis. Gracias a Dios Abel Paolo está muy bien ahora, caminando y desarrollando sus destrezas motoras finas y gruesas en normalidad.

Cuánta situación deben pasar los padres muchas veces hasta ver a sus hijos fuera de peligro, saludables y en bendición. ¡Cuánto nos duele a nosotros como padres cuando nuestros hijitos sufren! Así mismo nos mima y nos cela nuestro Padre Dios cuando ve que algo no está bien con nosotros; Él espera pacientemente a que nos recuperemos, que sanemos, que caminemos en libertad y plenitud.

Nuestro Buen Padre mira cómo nos duelen los tratos o los tratamientos, pero Él observa y sabe que todo será para nuestro bien, no interviene ni interfiere. Muchas veces nosotros queremos rehuir todo lo que produce dolor o incomodidad, pero mucho de esto es necesario para lograr la salud completa, la restauración plena. No importa que tan débil te sientas, no importa si estás siendo tratado de manera intensiva o agresiva, no importa siquiera que parezca que ya no hay esperanza ni posible salida.

Querido lector, no sé cuál sea tu situación o tu condición, si acaso estás en el hospital del “Espíritu” o en el laboratorio de la vida, o si estás siendo tratado en la emergencia; quizás a veces quisieras huir de ello, pero te digo que es necesario, que es importante, que es para tu bienestar. Nuestro Buen Dios y Padre sabe cuándo es el momento exacto de “darte de alta”, Él solamente desea lo que es mejor y conveniente para ti. Abre tu corazón y ponte de acuerdo con Dios, colabora con Él pues será más fácil.

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