Mis queridos lectores, es de mucha alegría para mi dirigirme una vez mas a ustedes para compartirles como siempre acerca de alguna experiencia reciente, la cual nos enseñará algo a todos.
En estos días me tocó vivir una situación en carne propia que afectó a muchas personas. Resulta que mi esposo, una de mis hijas y yo, estuvimos compartiendo y ministrando en dos ciudades del Estado de Tabasco en México, lo cual fue muy intenso pero muy gratificante. Al final de nuestra jornada, teníamos todo reservado y listo para viajar de Villahermosa a la ciudad de México, ese mismo día saldríamos de la ciudad de México hacia Dallas en los Estados Unidos, desde donde viajaríamos seis horas por tierra hasta el estado de Arkansas.
El vuelo de Villahermosa salió con tres horas de retraso debido a la fuerte neblina que había en el aeropuerto, de manera que al llegar al Distrito Federal de México, íbamos casi corriendo por el tiempo limitado que teníamos; nos tocó cambiar de una terminal a la otra, en fin, llegamos justo a tiempo al mostrador de American Airlines, donde debíamos chequear los boletos y entregar equipaje, sin embargo al llegar nos encontramos con que la sala estaba repleta de gente molesta, inconforme, cansada y demás. La razón de esto era que el vuelo de México a Dallas había sido cancelado por las tormentas en Dallas.
Las personas estaban tratando de obtener cambio en sus itinerarios para poder viajar a su destino, bien más tarde o al día siguiente. Delante de nosotros estaba una joven pareja; el varón estaba tan indignado con la señora que le atendió, que mandó a llamar a un ejecutivo del aeropuerto haciendo uso de sus contactos para lograr que le dieran un cupo en el siguiente vuelo, el cual ya estaba totalmente lleno. Evidentemente la situación no era responsabilidad de los empleados que nos atendían de la mejor manera posible.
Me tocó observar las diferentes reacciones de las personas que eran atendidas, mientras nosotros esperábamos nuestro turno, en una fila que duró dos horas, bajo un calor inclemente.
Cuando finalmente llegó nos atendieron, al igual que a la mayoría de las personas, la opción que nos daban era que viajáramos un día después en horas de la tarde. Para nosotros el tiempo era muy importante y no podíamos perderlo, pero sabía que la manera más segura de obtener lo mejor, era tratando con amabilidad y cortesía al empleado que nos atendía; mientras yo estaba parada frente a esta persona, yo oraba en silencio pidiendo a Dios sabiduría. De pronto se me ocurrió proponerle una salida, que supe que vino del cielo, usando una ruta alterna que nos permitiera llegar a nuestro destino antes que lo propuesto por ellos.
Gracias a Dios esto fue aceptado y nuestro caso se resolvió de la mejor manera posible.
Pude entender la importancia de mantenernos orando en medio de las situaciones difíciles; pude confirmar que se logra más con palabras suaves que por la fuerza, pero sobre todo pude constatar que para los que amamos a Dios siempre Hay Una Esperanza y esta trae consigo respuestas que siempre nos ayudan a bien.