Marzo 1, 2016
Cada día escuchamos en la calle, a nuestros conocidos o amigos, leemos en el periódico, vemos por la televisión comentarios respecto a la crisis, a la difícil situación económica que nos rodea. Las personas se quejan de que cada vez les es más difícil cubrir sus necesidades básicas, las demandas del hogar.
Hay quienes aprovechando esta condición general, están promoviendo sistemas de "Hacer dinero" de una manera rápida y fácil; han proliferado las ofertas de sistemas piramidales de ventas y red de vendedores, que les proporcionarán utilidades indirectas, para ayudarle a prosperar económicamente.
Lamentablemente el hombre se ha desesperado por su situación y no puede ver más allá de su problema o necesidad; busca solamente resolver la condición económica pero sin resolver toda la situación de su vida.
El hombre cuya alma no ha sido restaurada, al tener dinero corre el riesgo de apegarse a él; y sabemos que el amor al dinero es el principio de todos los males. Si nuestra vida espiritual no está siendo alumbrada por el Señor Jesucristo, la prosperidad económica solamente nos llevará a la perdición.
Es necesario que primero anhelemos la prosperidad de nuestra alma, para que luego se cumpla la proclama que hizo el apóstol Juan: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" (3a. Juan 2). Luego en el verso tres menciona la premisa para ello; andar en la Verdad.
El pueblo necesita a gritos encontrar la Verdad, para andar en ella; solamente así comenzará a encontrar la real y genuina prosperidad, la que es permanente, que proviene de Dios mismo, de Su corazón, de Su cuidado hacia nosotros.
Sabemos que hay juicios de Dios sobre nuestro pueblo, pero también reconocemos que hay una escritura que hoy más que nunca tiene validez y veracidad; aquella que dice que si el pueblo de Dios se humilla y busca su rostro y se convierte, Él escuchará, perdonará y sanará. Esto es prosperidad espiritual que a su vez producirá la prosperidad material.
Si usted sabe que necesita humillarse, despojarse de su propia potencia y capacidad, para llegar delante de Dios y decirle: "Sin Ti no puedo, Te necesito Señor, deseo convertirme a Ti; perdona mis pecados y sana mi tierra.” Hágalo hoy mismo, este es su día de bendición. ¡Hay Una Esperanza!