Diciembre 14, 2017
Hace algún tiempo, llamó a nuestras oficinas una joven señora, psicóloga, quien había leído uno de mis libros y quería una cita conmigo. Ella es originaria de Santa Rosa de Copán, lugar donde yo había ido a compartir mi testimonio hacía varios años ya. Ese libro había estado en casa de sus padres por mucho tiempo, pero ahora finalmente ella había decidido leerlo, quedando muy impresionada, por lo cual, quería conocerme y conversar conmigo.
Llegó el día de la cita y para mi sorpresa ella se había hecho acompañar de una amiga, quien la esperó afuera de la sala donde la recibí; pero al finalizar con ella, me pidió si podía orar por su amiga. Era una joven señora, quien había estado casada ya por algún tiempo, deseando concebir, sin haberlo logrado.
Le pregunté a la joven cuál era su nombre; percibí que este estaba relacionado con su esterilidad, de manera que oré quebrantando toda relación y efecto espiritual del nombre sobre ella y le pedí que de allí en adelante la llamaran por su segundo nombre. Ella lo recibió con mucha sensibilidad y ambas se fueron muy agradecidas de aquel lugar.
Durante los días subsiguientes tuve relación con la joven psicóloga, quien nos visitó con frecuencia para grabar algunos programas de televisión, nos comunicábamos por las redes sociales; pero no supe nada más de su amiga.
Para mi sorpresa, pocos meses después recibí un mensaje de la joven psicóloga, donde me comentaba que su amiga, acaba de dar a luz a un hermoso varón cuyo nombre es Josué Daniel. Me alegré mucho con la noticia, sobre todo al ver la fidelidad de Dios para con los que le aman y le creen.
Querido lector, es posible que no hayas podido tener descendencia, o podría ser que tu esterilidad sea de otra índole, pero te aseguro que cualquiera que sea la situación, nuestro Dios es especialista en hacer posible lo imposible, en abrir camino donde no lo hay y en crear de la nada, lo que Él quiera.
Los milagros de Dios son activados por la fe de aquel que los espera; porque al que cree todo le es posible. Solamente podemos creer y actuar en fe, si hemos abierto nuestro corazón a Aquel en Quien ponemos nuestra fe. No hay límites, ni hay fronteras, ni impedimento alguno; solamente nuestra incredulidad puede abortar los milagros.
Quiero invitarte hoy a que pongas tu confianza en Cristo Jesús, nuestro Dios Todopoderoso; habla con Él y pídele que se convierta en tu Salvador, en tu Señor y entrégale a Él toda frustración y toda necesidad.