El principal obstáculo con que nos enfrentamos cada día para que se cumpla el propósito para el cual hemos sido creados, está comprendido en un monosílabo: "YO".
La causa de la destrucción actual de los valores morales, espirituales en la familia y por ende en la sociedad se circunscriben a una condición: "Falta de Amor". La falta de amor a su vez se proyecta hacia un solo origen: Apego al yo, el pensar en nosotros mismos y no en los demás.
Amar es la capacidad de la naturaleza de Dios dentro de nosotros, para darnos a los demás. En nuestra naturaleza pecaminosa del hombre caído no podemos amar, porque ese hombre (varón o mujer) caído es egocéntrico. La naturaleza divina impartida a nosotros es la única capaz de perdonar, de aceptar, de amar.
Amar no es sólo tolerar, amar no es expresar cariño a aquel con quien simpatizamos o está de acuerdo con nosotros. Amar es reconocer los defectos y debilidades del otro, y sin embargo aceptarlo tal y como él (ella) es.
Lo más difícil, si lo queremos lograr en nuestro esfuerzo humano, es amar al que está más cercano a nosotros, con el que convivimos cada día ¿Sabe por qué? porque ese es el que más interfiere con el yo, el que más entra en conflicto con nuestros propios intereses. Para amar es necesario sacrificar el yo.
Amar no es pasión, no es emoción ni entusiasmo, es una decisión permanente de poner la vida por los demás.
Cuando a nivel individual cada uno de nosotros nos dispongamos a amar; como una consecuencia veremos restaurada nuestra familia, la sociedad, la ciudad, el país.
Es necesario darnos cuenta que Dios es la fuente de amor, tanto que nos dió lo más amado para EL, Su Hijo Jesucristo; sólo a través de El tendremos la habilidad en nosotros de amar.
Si usted es uno de los que reconoce que el "yo" no le ha permitido amar a los demás, si es usted uno de los que ha sufrido por falta de ese amor, créalo: "hay una esperanza", conozca el camino del amor verdadero y puro: Jesucristo.