Mis queridos lectores de su columna semanal preferida, Hay Una Esperanza, reciban mis más cordiales saludos.
Creo que de todas las parejas que contraen matrimonio, aproximadamente el 90% se casa voluntariamente, estando enamorados. La mujer desde niña ha soñado con ese momento tan especial, que va a comenzar, su nueva casa, el tiempo a solas, en fin... El hombre anhela ese regreso a casa, donde ella lo estará esperando con un beso y su platillo favorito, o quizás ella correrá a su encuentro con un vaso de agua fresca en la mano y la mejor de las sonrisas en sus labios. Hay muchas promesas, infinidad de sueños y todo un futuro para planificar. Han vertido juntos el deseo ferviente de fusionarse para dar origen a la nueva vida del hijo que Dios les regalará.
Los días empiezan a transcurrir, aquellos sueños comienzan a desvanecerse y los ideales a desmoronarse. Aquel hombre apuesto y caballeroso resulta tener el hábito de dejar destapado el tubo de pasta dental, olvidar los zapatos en la sala y roncar al dormir. Ella que parecía tan fresca y elegante, usa rulos por las noches, se unta cremas en la cara al acostarse y sus pies desprenden mal olor al descalzarse.
Transcurre el tiempo y las que antes parecían cualidades ahora resultan ser defectos. El comienza a salir más a menudo con los amigos, trata de escapar de casa y se encuentra más feliz y más libre en el trabajo que en el hogar. Ella por su lado está un poco aburrida con el quehacer rutinario, desea salir más a menudo pero su esposo no está muy dispuesto pues siempre parece estar muy cansado.
Con el correr de los días los intereses cambian, ya no tienen muchas actividades en común; mientras ella mira televisión, él lee el periódico; mientras él descansa ella trabaja o viceversa.
Casi nunca están de acuerdo respecto a la forma de corregir o disciplinar a los hijos y cada vez tienen discusiones más frecuentes, llegando a irrespetarse. Ambos se sienten defraudados, frustrados, y no realizados.
Esta no es una descripción de cuentos, es tan existente como su vida o la de su vecino, está a la vuelta de la esquina y constituye el mayor porcentaje de los casos en los consultorios de los psicólogos o psiquiatras. Sin embargo sabemos que la única respuesta real, verdadera, permanente para esta situación, se llama Jesús. Para usted, mi querido lector, Hay Una Esperanza. Él es el amor ágape, el que nos permite amar más allá de las apariencias. Clame a El hoy, y El cambiará todas las cosas.