Parece que fue ayer, que nació mi primogénita; sin embargo el día de hoy hace treinta y cinco años de ese hermoso evento. No cabe duda que ser madre es una de las bendiciones más maravillosas que Dios nos ha dado.
Me doy perfecta cuenta que sin la intervención del amor de Dios en nuestras vidas, no podríamos ser las madres o los padres que nuestros hijos necesitan para que les orientemos en el camino de la vida, en el sendero de la verdad, hacia el cumplimiento de su destino.
Cuando Dios me bendijo con mi primera hija, yo era una jovencita de tan sólo diecinueve años, no sabía mucho de cómo tratar a un bebé, como alimentarla, como bañarla; y mucho menos sabía como mostrarle el camino de santidad, que es lo más importante para todo ser humano. Pero la misericordia de Dios nos alcanzó y ella tuvo su propia experiencia de salvación y de comunión personal con su Padre celestial. Ella es una profesional, felizmente casada, madre de dos hermosos niños, pero por sobre todo ella es una hija de Dios.
Madre o padre que estás leyendo este artículo, te invito a orar hoy por tus hijos, a pedirle al Padre de las luces, que se revele a ellos, para que le conozcan personalmente. Esta es la mejor herencia, el mejor legado que podemos brindar a nuestros descendientes, un futuro seguro y una eternidad gloriosa en Dios.
Si tú lo crees hoy, para ti Hay Una Esperanza, y para tus hijos y los hijos de tus hijos, también.
