“Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”(Gá. 6:3).
Existen personas que se hacen famosas por llegar siempre tarde a todo lugar. Ya es notorio para los que les rodean, que llegarán por lo menos con una hora de atraso. Si observamos bien, estas personas nunca piden perdón por su falta, sino que están siempre justificándose y poniendo excusas o pretextos tales como sus múltiples ocupaciones o tal o cual cosa importante que tuvieron que realizar.
Esto es sencillamente falta de respeto y amor a los demás; es como si consideráramos que nuestro tiempo o lo que nosotros hacemos, es más importante que el tiempo de los demás o lo que los otros desarrollan.
La raíz de todo esto es simplemente el orgullo, el egoísmo; una vez que lo reconozcamos, que lo entreguemos y permitamos que sea arrancado de nuestro interior, como una añadidura comenzaremos a estimar y a apreciar a los demás; y un día seremos puntuales.
Orgullo y egoísmo es simplemente centrarnos en nosotros mismos y pensar que sólo lo nuestro es importante; es no tomar en cuenta las necesidades, gustos y sentimientos de los que nos rodean.
También es cierto lo aparentemente contradictorio: que algunas personas son muy puntuales por orgullo. Se jactan y envanecen de su disciplina o característica de ser íntegros, exactos, puntuales, legalistas, casi perfectos. También en este caso es necesario revisar la motivación, el engranaje interior que mueve nuestro sistema para ser puntuales. Muchas veces la intención es avergonzar a los demás, o demostrar que somos mejores que ellos. Vemos pues, que lo importante no es tanto el resultado en sí, sino la motivación o lo que origina la actitud.
No importa si usted es de los impuntuales o de los muy puntuales; si la raíz de su proceder es el orgullo, y en esta hora usted lo reconoce así, permita que Jesús (la Palabra en acción) le parta y discierna aun las intenciones de su corazón.