Mis queridos lectores, mientras escribo este artículo, mi corazón está consternado, y mi mente hace preguntas de las cuales no hay respuesta.
Hace unos tres días recibí la llamada de una Pastora, hija ministerial nuestra, para avisarme que su hija de veinte años había muerto al instante, a causa de un balazo en su cabeza. Esta joven servía a Dios con pasión en las diferentes funciones de la congregación de sus padres, además de que les honraba como hija.
Yo estoy segura que ella está en la presencia del Señor, donde no hay tristeza, ni llanto, ni dolor; somos los que quedamos los que todavía experimentamos tristeza.
Esta mañana me avisaron que en Juticalpa, Olancho, murieron acribillados el Pastor Rafael y su hija Jael de 16 años de edad, en una pulpería, mientras esperaban a que les sirvieran unas tajaditas. La joven viuda y madre de la jovencita, es Pastora en esa localidad, pero además es hija de una ministro del Señor, amiga nuestra de muchos años.
Tampoco tengo duda acerca del lugar donde Rafael y Jael están, en la misma morada donde habita el Padre celestial. Ellos han sido una familia entregada plenamente al servicio del Señor.
De ninguna manera cuestionamos a Dios acerca de por qué a ellos? Porque sabemos que nuestro Padre no ve la muerte como los hombres la vemos. Para Dios es una puerta hacia una vida mejor, a la felicidad eterna, para aquellos que le han amado y le han servido desinteresadamente.
Mi pregunta es ¿Qué no estamos haciendo nosotros para que la maldad avance de esta manera? No sé tú mi querido lector, pero yo si estoy meditando seriamente acerca de mi compromiso con Dios y con mi nación. Si tú te unes a mi pensamiento y meditación, para ti también Hay Una Esperanza.
No dejemos para mañana nuestra buena intención de orar, bendecir y declarar salvación y conversión en todas las ciudades de nuestra nación. Nuestro Señor Jesucristo derramó Su sangre para darnos vida y vida abundante, de buena calidad; el deseo de Él es que haya paz en nuestros pueblos, aldeas, montañas. Nuestro Dios no quiere ver a nuestro país ensangrentado, ni tampoco desea ver a nuestra juventud consumiendo cocaína y otras drogas.
Por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos, es tiempo de levantarnos en oración de manera determinada; es la hora de establecer la voluntad de Dios en los aires, en la tierra y debajo de la tierra.
¡Que se levanten los anunciadores para declarar la Palabra del Alto y Sublime! Su Palabra está cargada de poder y bendición. Declaremos que nuestro Dios es Quien gobierna a Honduras, no desmayemos, porque pronto ocurrirá y la paz reinará.