Cierta vez, un hombre blanco (de ascendencia anglosajona), que tenía una familia numerosa y una casa de habitación muy grande y con extensos jardines, viajó al África con el objetivo de comprar una esclava, para llevarla a su país de residencia; a manera de obtener de ella, ayuda doméstica y para todo trabajo o labores pesadas de la casa.
Una vez que estuvo en la villa que le recomendaron, habló con el jefe de la tribu, quien le hizo desfilar a todas las esclavas disponibles. El hombre blanco, deseaba una mujer fuerte, corpulenta, más bien grotesca... así que, pensando también en el precio, preguntó por las condiciones para obtener a aquella que a él le parecía físicamente muy desagradable, pero que cumplía los requisitos buscados. Ante su sorpresa, la respuesta fue que esa mujer, era para ellos el símbolo de belleza y por lo tanto, no deseaban deshacerse de ella, y sería sumamente caro adquirirla.
Un poco sorprendido el hombre blanco, apuntó hacia una que a él le parecía delicada, preciosa, como para un certamen de "Miss Universo", pero que por verla tan bonita, ni se había atrevido a considerarla. El jefe de la tribu le contestó: Ah, esa puede llevársela de chascada, con la compra de cualquier otra; ella es del desecho, no nos sirve para nada.
Aquel hombre blanco quedó estupefacto, fue como si de pronto le dieran vuelta a su cerebro, se quedó perplejo sin comprender nada.
Queridos amigos, los hombres tenemos conceptos altamente subjetivos de la belleza, de la productividad, del orden, de lo aceptable, de lo bueno, etc. Pero Dios no mira como el hombre ve. Aquello que el hombre ha descartado, aquello que los hombres han considerado inservible e inútil... eso es lo que Dios recoge para glorificarse. Dios mira el interior, nunca la apariencia, jamás ve ni juzga como el hombre lo hace.
Querido amigo, si hasta ahora te sentías descalificado, incapaz, inservible... quiero decirte, El te dice hoy: VEN A MI, TU VALES LA SANGRE DE MI HIJO JESUCRISTO, TE AMO.
