Llegan momentos en nuestra vida en que nos percatamos de errores cometidos en nuestra actitud, o comportamiento, en relación a nuestros hijos, novios(as) o esposos(as) tal vez.
Lamentablemente, algunas veces este reconocer no viene con convicción sana, sino que generalmente se presenta acompañado de sentimiento de culpa. La culpabilidad trae consigo autoacusación y por ende condenación. La reacción hacia este sentimiento está dirigida a tratar de cumplir un castigo autoimpuesto, penitencia, multa, o substitución (dar algo a cambio de lo que debíamos haber hecho).
Esta condición es muy común en padres (madres) que trabajan fuera de casa, llegan muy cansados y tienen poco o ningún tiempo para dedicarles a sus hijos. Su intención era buena al salir a trabajar, tratando de obtener recursos económicos suficientes para dar una mejor educación u oportunidad a sus hijos. Sin embargo, al sentir el peso de culpa por el tiempo no brindado a la familia, de forma automática tratan de suplir con artículos, dinero, permisividad y falta de disciplina. Aun a veces podemos ser manipulados o sobornados emocionalmente, a través de la puerta abierta de la culpa.
Necesitamos despojarnos de la autoacusación y culpa para poder reconocer claramente nuestras faltas y así actuar de la manera correcta y sabia. Para poder establecer prioridades en las actividades, valorando sus efectos a largo plazo, pero libres de la presión de la condenación.
Reconocer nuestras fallas a tiempo es inteligente, enmendarlas con propiedad, considerando en primer lugar las necesidades espirituales y morales, requiere sabiduría.
Si usted se encuentra bajo esta situación u otra similar de condenación o culpa, para usted Hay Una Esperanza. Es necesario que se entere que Jesucristo vino para liberarnos de la condenación y la culpa e introducirnos en Su gracia.