Queridos lectores de su columna preferida “Hay Una Esperanza”, es un gusto dirigirme a ustedes para compartirles una situación que puede ayudarles para el futuro o para aconsejar a otros.
Tengo una tía ya mayor, cumplió 89 años recientemente, ella vive en el oriente de nuestro país, es una mujer especial, la cual quedó viuda cuando tenía solamente unos cinco años de casada. Su hija menor tenía meses de nacida cuando le dio Poliomielitis, por lo cual estaba en tratamiento en la capital. Un fin de semana el padre de la niña, esposo de mi tía, el cual era médico, viajó a la capital para verlas; a su regreso tuvo un accidente en su carro, volcó y murió. Mi tía desde entonces se dedicó a trabajar muy duro para sostener a sus hijos y darles la mejor educación posible; ella nunca se volvió a casar aunque tuvo pretendientes.
Mis primos, o sea sus hijos, viajaron para estudiar en el extranjero, la mayor vive en Alemania, la menor en Suiza y el hijo de en medio, en Alemania también; él estudió medicina al igual que su padre, se casó con una alemana médico y juntos establecieron una clínica. Mi primo después de trabajar por muchos años sin parar, recientemente decidió jubilarse, con el deseo de viajar a Honduras y poder pasar tiempo con su madre. Él ha sido un hijo muy especial, le construyó un apartamento a su madre a la par de su casa en Alemania, para que ella fuera a pasear cuando quisiera; le llamaba todos los días por teléfono, le enviaba una mensualidad con la cual ella se sostenía.
Justamente cinco días después de que mi primo se retiró de su práctica como médico para hacer sus preparativos de viaje, le dio un derrame cerebral, por lo cual lo intervinieron, pero los coágulos estaban en lugares muy delicados del cerebro, de manera que estuvo en Cuidados Intensivos, sin moverse, sabiendo que está vivo solamente porque le palpita su corazón. Llegó un momento en que el hospital dijo, no hay nada que se pueda hacer por él, deben llevarlo a morir a su casa. En Europa las cosas son diferentes, su esposa no tiene tiempo para cuidarlo, pero encontró dos enfermeras que lo hacen por turnos.
Mientras tanto, mi tía, al ver que él ya no le llama, se ha ido poniendo más triste y débil cada día, deseando ver a su hijo o que el Señor la recoja de una vez.
He meditado mucho en esta situación, me hago preguntas a las cuales no tengo respuestas, solamente puedo creer que Hay Una Esperanza; quizás no en esta tierra, pero la vida eterna es la esperanza de vernos para siempre con aquellos que han amado a Dios de todo corazón.