Mis queridos lectores, los saludo con mucho cariño una semana más, a través de este contacto con su columna Hay Una Esperanza.
Quiero seguirles contando acerca de ese doctor en Alemania que les comenté hace unas semanas; para refrescarles, les digo que él salió de Honduras para irse a ese país a la edad de 17 años, recién graduado de Bachiller; obtuvo una beca, estudió medicina, se casó con una médico alemana y se quedó a ejercer allá, donde tuvo preciosos hijos y una clínica privada. Cuando después de trabajar muy duro, a los 62 años de edad decidió retirarse para descansar, solamente lo disfrutó cinco días, pues tuvo un infarto cerebral. Lo ingresaron al hospital, a los pocos días los médicos dijeron que no podían hacer nada más, que debían llevarlo a su casa, donde hace tres días falleció.
Hablaba esta mañana con su hermana menor y me decía: Por qué si hemos creído en Dios, Él no le pudo conceder descansar como él le pidió? Le respondí a mi prima “El Señor le concedió el mejor descanso que podía haber tenido; él ahora está en un lugar donde no siente dolor, donde no sufre soledad, ni tristeza, ni nostalgia.
Me doy cuenta que para los que quedamos en la tierra, es difícil aceptar o recibir con paz el hecho de que un ser querido se vaya antes que nosotros, de alguna manera quisiéramos retenerlos y nos aferramos a la idea de que se queden aquí, sin tomar en cuenta la calidad de vida que puedan tener.
Mis queridos lectores, creo que todos pasamos, hemos pasado o pasaremos por una situación similar; cuando eso suceda, recuerden que nuestros días están en las manos del Señor, nuestro Dios, Quien nos hizo, nos creó y nos formó. Los designios de Él son perfectos, aunque nosotros no los podamos comprender con nuestra mente limitada y finita.
Siempre para el que se va como para el que se queda Hay Una Esperanza; esa esperanza debe estar cimentada en Dios, el Dador de la vida. Ahora bien, nuestra responsabilidad es prepararnos cada día y vivir con un corazón limpio y en paz, como si fuera el último día que vamos a vivir sobre la tierra.
Este día yo oro por los que se van, para que entreguen su corazón al Señor y tengan la certeza de que van a vivir una eternidad en Su presencia; pero también oro por los que quedan para que al seguir viviendo, puedan prepararse para un futuro mejor, seguros de donde van a pasar su eternidad.