Los días pasan aceleradamente y muchas veces no tenemos el tiempo para detenernos en medio de la carrera para dar gracias a Dios por Sus múltiples misericordias; lo damos todo por sentado y nos acostumbramos a ellas.
Sin embargo, algo ocurrió en nuestras vidas hace una semana, que nos hizo detenernos y darnos cuenta de ello. Esa mañana como congregación habíamos orado para protección de los niños, contra accidentes y enfermedades, porque percibíamos algo que asechaba a los pequeños.
Por la tarde recibimos la llamada informándonos que nuestro nietecito de ocho años de edad, había sufrido un accidente y estaba siendo conducido hacia el hospital. Al ver su aspecto externo, golpes, magulladuras, raspones, heridas, inflamación y demás, era inevitable pensar en lo peor; pero saber que nuestro Dios estaba en control porque le habíamos pedido esa mañana, nos daba tranquilidad y hacía que nuestra fe se activara mientras esperábamos los resultados de los estudios, tomografía de cerebro y demás.
No pudimos menos que dar gracias al Señor por Su inmensa misericordia al recibir los resultados que decían que todos sus órganos internos estaban intactos; él estaba muy consciente de todo, bien orientado y sin pérdida del conocimiento ni la memoria. Luego comenzaron a hacer las reparaciones de los tejidos y demás, pero no dejábamos de agradecer al Señor.
El cirujano plástico había dado un cierto pronóstico acerca de las laceraciones de los tejidos de sus brazos; Pero al tercer día por la mañana lo condujeron de nuevo al quirófano para revisar sus brazos; para sorpresa del médico, había ocurrido lo que en Dios estábamos esperando, el doctor dijo: "Es sorprendente, en tres días ha evolucionado, lo que a otras personas les tomaría dos semanas".
Nosotros sabíamos que todo era una obra sobrenatural del Dios Bueno y Misericordioso que tenemos; de Aquel en Quien está puesta nuestra confianza y nuestra fe. Seguimos creyendo en Su poderosa obra, sabiendo que en Él siempre Hay Una Esperanza.
Nuestro Dios, a través de Su Espíritu Santo nos alerta acerca de cosas que podrían ocurrir, tanto por la acción del enemigo como por descuido nuestro; pero lo bueno es que podemos detener o aminorar los efectos de ello.
No veamos lo negativo que pasó, sino cuanto Dios lo guardó, lo protegió y estuvo con él en todo instante. Mi querido lector, te animo hoy a buscar refugio bajo las alas del Dios Grande, Bueno y Misericordioso que te ama y te anhela, porque en Él ¡Hay Una Esperanza!