Los días pasan con rapidez, pareciera que cada año el curso del tiempo va más acelerado. Nos damos cuenta de cuanto han crecido los niños porque ya su cabecita no pega contra la esquina de la mesa del comedor. Nos percatamos de que ya no somos tan jóvenes porque nos cuesta agacharnos para amarrarnos los zapatos, o sencillamente porque ya se nos olvidan los cumpleaños de los miembros de la familia.
Ante tal situación, no podemos evitar pensar si estamos o no cumpliendo el propósito por el cual fuimos enviados a esta tierra, pues cuando sea la hora de partir, deberíamos haber culminado la misión que nos fue asignada.
Es sumamente importante que el hombre sepa para qué nació; cada quien debe conocer su destino, su diseño para saber hacia donde va y cómo ha de alcanzar su meta.
Nuestro objetivo no es hacer dinero, no es construir una casa, no es tener una empresa propia, ni siquiera es tener una familia; todo eso son circunstancias colaterales de nuestro paso por la vida, pero seguramente la razón de existir va mucho más allá; tiene que ver con sembrar una semilla en el planeta tierra, que tenga una naturaleza superior, que germine y produzca conforme a su misma calidad, perdurando por todas las generaciones.
Si tú no has descubierto de qué se trata, es necesario que comiences a inquirir, pero no te preocupes, para tí Hay Una Esperanza. Si entregas tu corazón al Señor de la vida, Su Espíritu Santo te mostrará tu senda, te revelará tu destino.
No necesitas esperar a estar preparado, no necesitas esperar a sentirte enfermo o viejo; el día agradable es hoy, el buen momento es ahora. Inclina tu oído al Señor, abre tu corazón para que Él encuentre Su habitación en él, será la mejor decisión de tu vida; y pronto entenderás para qué vives y por qué existes.
