Psicólogos y psiquiatras han emitido diversas teorías sobre los hijos número dos en una familia de tres, o los hijos de en medio.
Estadísticamente se ha comprobado que en familias de tres hijos, casi siempre el de en medio sufre problemas de personalidad, de adaptación. Se dice que porque a menudo a ellos se les delega la responsabilidad de su hermano(a) menor, pero al mismo tiempo, muy pronto fueron desplazados de su condición de ser el "pequeño" de casa. Usualmente ellos están muy pequeños para jugar con su hermano mayor, pero muy grandes para pelear con su hermanito.
Muchas veces, no afecta tanto la circunstancia en que se desarrollan, como lo hace la expectativa del mundo sobre sus vidas. Es muy importante lo que cada quien cree sobre sí mismo, o sobre la condición en que vive.
Lo cierto es que no importa cual haya sido la circunstancia o la expectativa sobre alguien; no podemos seguir viviendo culpando a nuestros padres de nuestra desdicha o inadaptabilidad. El buscar un culpable de nuestra situación, el buscar causas en el trato que nos dieron, o la condición económica en que nos tocó vivir, comparándola con la que le tocó a nuestro hermano menor; o bien el poco tiempo que nos dedicó nuestra madre, comparado con el mucho que le dio a nuestro hermano mayor, es simplemente una excusa para no madurar.
Al hombre, joven o adulto, muchas veces le gusta o le conviene quedarse en un estado de inmadurez; le gusta prolongar su condición de niño malcriado, porque de esta manera consigue casi todo lo que desea o se propone. Lo cierto es que ya somos responsables de lograr nuestra propia identidad y felicidad. Si bien es cierto que existen heridas y secuelas, más cierto es el hecho de que sólo necesitamos tomar una decisión para encontrar nuestra libertad, nuestra realización. Para usted, mi querido lector Hay Una Esperanza. La decisión consiste en entregarle a Jesús el pasado, el resentimiento, para que Él perdone, sane, limpie y nos dé Su capacidad de vivir en paz y armonía con Él y con nosotros mismos.