Un día leí que la experiencia es como un peine que se le da al hombre cuando ya ha quedado calvo. Ciertamente las dificultades que afrontamos, los retos que conquistamos, las adversidades que vencemos y todo lo que aprendemos al equivocarnos, se convierten en un acervo tremendo que podríamos llamar experiencia; pero ya para entonces, quizás estamos en otra faceta de nuestra vida donde ya no nos dedicamos a aquellas actividades del principio.
Recientemente vino una persona a conversar conmigo para decirme todas aquellas cosas que le habían molestado de mi forma de proceder o de tratarla, así como resentimientos hacia mí que cargaba por casi quince años, acerca de situaciones que definitivamente ella estaba viendo desde su propia óptica y perspectiva.
Lo interesante es que durante todo ese tiempo, yo había creído que mi vida había sido de ejemplo, o de apoyo o de ayuda para esta persona. Me quedé meditando en detalles que debemos cambiar en nuestra forma de tratar a las personas; no tanto en las situaciones que ella decía, pues en la mayoría de ellas no tenía la razón, sino más bien lo primero que pensé fue: Si volviera a vivir esa época, con la experiencia que ahora tengo o con los resultados que he visto; creo que no invertiría tiempo y esfuerzo en querer ayudar a la gente a cambiar o a ser transformada.
Si hoy volviera a empezar, creo que dejaría que cada quien se vaya por el camino que quiera y no se los impediría, porque es la única forma como cada quien aprenderá por su propia experiencia, sin que luego culpen a otros por sus desaciertos o fracasos. Después de todo, cada quien dará cuentas a Dios de sí.
Aprendí que jamás debo esperar que me agradezcan algo bueno que pude haber hecho, pero que debo estar preparada para que me acusen por todo lo malo que según ellos hice, aunque yo no tenga conciencia de ello.
Aunque conozcamos a Dios y Lo amemos y sepamos que somos amados por Él, no estamos exentos de caminar nuestro propio camino para equivocarnos y aprender a caminar en el Suyo, en reposo, en quietud; pero sobre todo dejando que cada quien esté como quiera estar y que cada quien reciba su propio “peine”.
Mi querido amigo lector, quizás tú después de muchos años te has encontrado como yo con que el camino andado fue solamente “un peine” o una experiencia para usarla a nuestro favor, aunque quizás ya no podamos recomenzar.
Pero Hay Una Esperanza, podemos enseñar a nuestros hijos a usar ese “peine”. Sabemos que a los que amamos a Dios todas las cosas nos ayudarán a bien, por lo que debemos extraer la mejor enseñanza de cada situación y circunstancia. Aunque las personas piensen mal de nosotros, nuestro Dios siempre tiene pensamientos de bien y no de mal hasta obtener el fin que Él espera.