TEMAS DE OPINIÓN

Sensibles Ante La Necesidad

Septiembre 29, 2015


Visitaba recientemente a mis familiares en el sur de mi país. Normalmente cuando eso ocurre, nos reunimos todos en torno a la mesa y charlamos o intercambiamos experiencias. Uno de esos días me enteré de una triste historia que les comparto a continuación.

Llegó mi hermano a pasar revista a sus pacientitos de cuidados intensivos o de neonatología, en el Hospital del Sur, o sea el del Gobierno; entonces una enfermera le preguntó si querría adoptar a un bebito prematuro, cuya madre había fallecido. Mi hermano quiso conocer la historia, la cual él me relató.

Era una pareja joven, la mujer de tan sólo veintiséis años de edad, estaba embarazada de su segundo hijo, al cual nombró Ananías. Ellos eran predicadores del Evangelio y residían en una aldea llamada Soledad. Para llegar hasta el Hospital, se levantaban a la una de la mañana, luego caminaban cuatro horas para poder tomar el bus a las cinco de la mañana, rumbo a la ciudad, para llegar dos horas después.

Hacía unos días atrás, la joven señora se sentía débil y casi no podía colocar el cántaro sobre su cabeza como normalmente solía hacerlo; y al caminar un poco se cansaba mucho. Es así que ellos juntaron algún dinero que les ofrendaron, para poder visitar al cardiólogo en su clínica privada. Finalmente llegaron el viernes a las siete de la mañana al consultorio del médico, pero lamentablemente ese era el día libre del doctor y no podía atenderles. Ellos regresaron sin que ella recibiera atención médica.

Cuando las contracciones y señales del tiempo del alumbramiento llegaron, antes de la fecha probable de parto, ellos caminaron las cuatro horas para tomar el bus, pero el bebé nació antes de llegar al hospital.

Ananías fue ingresado en la sala de cuidados intensivos, pero a ella no se le dio atención alguna. La madre se quedaba descansando recostada en los pasillos del hospital mientras llegaba la hora de amamantar a su pequeño.

El domingo por la noche, mientras la débil mamá le daba de mamar a su bebé, la enfermera notó que ella tenía los labios y la piel alrededor de ellos de color morado, por lo que la enfermera le urgió a la madre que se presentara en la sala de emergencia, donde fue admitida.

No obstante, el lunes en la madrugada la joven mujer se iba de esta tierra, dejando a un esposo desconsolado, un hijito de cuatro años que pedía ver a su mamá y un bebecito necesitado del amor, la leche y el calor de su madre.

Querido lector, cuando pienso en este cuadro, medito en que a veces nos quejamos por cosas tan leves y no somos sensibles ante la necesidad de otros, tan fuerte.

Solamente puedo creer que para Ananías Hay Una Esperanza; que Dios tiene un propósito y un plan para él, que se va a cumplir. Quiero pensar que este hombre encontrará refugio y consuelo en el Señor y que Dios mismo proveerá una abuela o una tía que asuman las funciones de una madre.

Quiero animar a mis queridos lectores a buscar el corazón de Dios para experimentar Su compasión, Su amor y Su cuidado por los pobres de espíritu, los que necesitan del cuidado del Padre.

Tú puedes salir de la indiferencia y la dureza en que vives, si tan sólo le das tu corazón al Señor para que Él lo pueda llenar, ablandar, moldear y hacerlo conforme al Suyo. Para ti también Hay Una Esperanza.

Ver Todos los Artículos