TEMAS DE OPINIÓN

Identificación

Marzo 15, 2016


Desde que un espermatozoide se une a un óvulo para fecundarlo, existe el soplo de vida o espíritu, sin el cual no hay vida en el ser humano.  Desde ese mismo instante, el espíritu de ese embrión comienza a percibir los sentimientos, situación emocional o afectiva de su madre que lo concibió y del medio ambiente que le rodea.  En la gran mayoría de las ocasiones el ambiente es hostil, la madre no deseaba ese embarazo, o el padre no acepta su responsabilidad; otras veces los padres están tan ocupados que no se toman el tiempo de cuidar de ese bebé desde la gestación.  Casi siempre la madre misma ha sufrido rechazos, decepciones o heridas interiores en su vida matrimonial, lo cual se traduce en amargura o rechazo inconsciente hacia el fruto de su vientre.

Este niño en formación una vez que es dado a luz trae consigo la falta de amor o aceptación de sus padres, lo cual se ve reforzado por expresiones o actitudes de los mismos, a veces comparándolo con otro bebé de la familia, o con exclamaciones como “¡Qué niño más enojado!", "Es igualito a su papá", “¡Ya no lo aguanto!", "Si hubiera sabido, mejor no tengo hijos", "¿Hasta cuando se irá a componer este cipote?", "Este niño me ha venido a complicar la vida", etc.

El niño crece con un sentimiento de rechazo, sin el amor necesario para desarrollarse sano emocional y espiritualmente.  Durante los primeros tres años de edad en que él necesita identificarse con sus padres, usualmente el padre no ejerce la autoridad ni le prodiga el amor y seguridad necesarios; la madre se ve obligada a tomar las riendas del hogar y el niño va cobrando un concepto erróneo del orden establecido y de su rol social. Vemos también el caso de la sobreindulgencia, donde se le dio al niño todo lo que deseaba, sin control ni disciplina; quizás como una substitución al amor, tiempo y dedicación.

Al llegar la adolescencia, época en que debe reforzarse la identificación de la primera etapa, se encuentra confundido, extraviado, en un ambiente y hogar que no lo comprende, ni lo acepta y mucho menos lo ama o desea; ahora los padres con un poco más de experiencia, quieren corregir ciertas actitudes, pero se encuentran con que hay rebeldía en el interior del (la) muchacho(a), resentimiento hacia ellos por no haber hecho esto o lo otro.  El joven busca salidas, alternativas, escapes, refugios; el mundo les ofrece alcohol, fiestas, sexo, drogas; ingenuamente comienzan a involucrarse y cuando se dan cuenta que nada de esto les ha permitido encontrarse a sí mismos, identificarse correctamente, ya están atrapados, sumidos en depresión e insatisfacción. 

Querido lector, queremos decirle que no importa si usted es padre o hijo, ni cual sea su edad, su sexo, o su problema, por insalvable que parezca su situación, tenemos una gran noticia para usted: Hay Una Esperanza. Jesús es capaz de resolverla, Él tiene la respuesta.

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