La semana recién pasada nos encontrábamos en la ciudad capital de los Estados Unidos de Norte América, en un viaje educativo. En determinado momento, mi esposo me invitó a tomar un café, yo le esperé sentada en el lugar donde íbamos a disfrutar del café, mientras él lo pedía y lo preparaba en el mostrador.
Cuando él llegó a la mesa, me extrañó que sólo traía un café, pero este era un vaso muy grande; antes de que yo le preguntara al respecto me dijo: Sólo compré uno para los dos, porque este es el tamaño más pequeño. Le dije, está bien, no hay problema. Comencé a tomar del café, lo sentí un tanto amargo, pero me dije sin hablar: A mi esposo le gusta así amargo, de manera que no le voy a decir nada, para que él lo disfrute así.
Llegó un momento en que ya no quise seguir tomando y le dije: Ya no voy a tomar más, puedes terminártelo tú solo. Inmediatamente él tomó el vaso, se levantó y dijo: Entonces hoy sí lo voy a arreglar, y procedió a ponerle más azúcar. Nos quedamos viendo y nos echamos a reir todos.
¡Cuán importante es la comunicación! Nadie por mucho que pretenda conocer al otro, debe asumir nada, sino expresarlo y comunicarse. Resulta que en este detalle tan sencillo, estábamos ambos sufriendo algo que no nos gustaba, pensando que el otro estaba agradado. ¡Cuántas cosas y cuántas veces pueden ocurrirnos situaciones semejantes en la vida diaria!
Si tú mi querido lector te das cuenta hoy que debes mejorar tu comunicación para vivir de forma más agradable tu vida, para ti Hay Una Esperanza. Pero sobre todo yo quiero decirte que la primera comunicación que debes iniciar es la de hijo a Padre, con tu Padre Dios, Quien siempre está esperando que le expreses lo que sientes y necesitas; Quien siempre sabe escuchar y tiene para tí una respuesta.
